lunes, 16 de agosto de 2010

LA MARIHUANA Y YO


Entre la marihuana y yo hay una relación diferente a todas las que he tenido con objetos inanimados. Hoy necesito de ella de vez en cuando, solo cuando “se presenta una ocasión que lo amerita”. Como he dicho antes –lo hice, ¿cierto?- el estado en el que me deja provoca una reflexión selectiva, una especie de trance combinatorio: fruición, sosiego, angustia, melancolía, ira, paz… Lo más importante de fumar marihuana en sus inicios era saber que era “yo quien la fumaba a ella y no ella a mí”, hoy la situación no ha cambiado, aún pienso lo mismo solo que la he empezado a fumar con mayor asiduidad y cada vez de manera más clandestina, lo cual a creado cierta preocupación en una porción de mi yo interno, aunque, como me voy a suicidar dentro de poco nada de esto tiene sentido ahora. 
    Tenía 15 años. Solía ir con un amigo de la infancia a una de las barras bravas menos bravas del Perú, de Latinoamérica y del mundo: La banda del basurero. Yo como buen novicio hincha de Municipal, un equipo que se caracteriza por la longevidad de sus fanáticos,  recién me iba aprendiendo las canciones y penetrando en ese mundo reducido que significaba La Banda, a secas. Dentro de la barra yo era Rojo, apelativo que me gané únicamente por asistir cada domingo con polo rojo a los estadios, debido a una pueril adicción que desarrollé al color rojo durante mi adolescencia. Municipal era el equipo animador de la segunda división, un torneo que se caracterizaba por sus estadios vacíos y sus canchas en pésimo estado. Solía jugar en un estadio ubicado al sur de Lima, en Chorrillos, al cual se le conocía como “La cancha de los muertos”, el mito dice que lo construyeron sobre un antiguo cementerio. En el corazón de la tribuna de oriente, puesto que el minúsculo recinto no cuenta hasta hoy con tribunas populares, di mis primeros pasos en cuestiones delincuenciales, lanzando canutos de papel al campo, poniendo cara de pitbull frente a los policías, haciendo gala de todo mi repertorio de vulgaridades en contra de los árbitros y fumando marihuana.

Son apenas un ciento, un puñado de gargantas afónicas que braman de la nada, con todos sus ánimos tratan de dar bríos a un cadáver que se mueve con ineptitud sobre el campo. El grito: ¡Echa Muni!, rebotaba en cada uno de los rincones de sus mentes. Para algunos era significado de lástima, alentar a un equipo casi extinto como Municipal. Y de la nada surgía: ¡La Academia!, con más contundencia para que se oiga. Para ellos era muestra del más elevado orgullo, exento de vanidades, escasos, morían solemnemente.
    -Rojito, ¿pruebas? –le ofreció Cofla, un muchacho pobrísimo y honrado que conoció en La banda, por quien Juan Francisco desarrolló cierto afecto, y quien solía sumergirse bajo los efectos de diversas sustancias alucinógenas con la única finalidad de encontrarse, al menos por unos minutos, fuera de su realidad, llena de miseria y mediocridad.
    Y de la nada el porro ardía sobre los dedos de Juan Francisco quien sin dudarlo chupó de él, humedeciendo sus labios con la saliva de decenas de zarrapastrosos. Golpeó el humo y este se hizo fuerte en su garganta, áspero, casi inadmisible para su sistema respiratorio, pero, haciendo esfuerzos por no toser, lo paseó por sus pulmones, degustando de su sequedad.
    -¿Qué tal, rojito? Esta buena –dijo, sonriendo con candidez Cofla.
    -Sí, sí, sí. Pero pudo estar mejor –dijo Juan Francisco, pegándola de gran fumador.
    A los minutos Municipal hizo un gol que lo ubicaba a tiro de liderar el campeonato. Y entonces todo estaba hecho de un fragor irrefrenable. Y Juan Francisco, usualmente de los más altos de la barra, pudo saltar más, y se elevó y elevó y elevó hasta casi tocar el cielo y estar por encima de todos, y gritó como nunca y no le dolió la garganta, y empujó a todos, “metió los huevos” que nunca supo meter, y el equipo respondía, gracias a Juan Francisco “quien levantaba a la barra con sus arengas”, y ganaron e iban a subir de categoría, y Juan Francisco seguía saltando y gritando y empujando e insultando al árbitro y forcejeando con los policías y blandiendo su bandera y todo porque: “¡Al Muni lo llevo en el fondo de mi corazón!” 

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