lunes, 23 de agosto de 2010

LOS ODIO

Para analizar a cabalidad mi problema con mis padres debo remontarme a aquellos años en los que iniciaba mis aventuras onanistas, mis excursiones por todo tipo de pornografía y mis devaneos musicales con grupos como Nirvana y toda esa banda de acólitos que expectoró el grunge.
    Fue precisamente un cumpleaños de mi madre el día en que caí en la cuenta de que ya no solo no los quería, sino que los odiaba.  Ya había dejado que realizar demostraciones de afecto hacia ellos de manera inconsciente, cosa que al parecer no había resultado muy dramática, después de todo nunca había sido un niño muy sensible. Y es que, como me lo explicaría un amigo años más tarde en estado etílico, “las cosas son así: te nacen o no te nacen, no existe otra explicación”. Aquella afirmación, nacida de las entrañas más alcoholizadas de mi amigo, se aplica con total certeza sobre mi problema con mis padres. Nunca me nació darles un beso, decirles que los quiero, ni siquiera cuando “los quería”, ¿por qué tendría que nacerme hoy que los odios de manera pública? Los odio simplemente porque que los odio. De la manera en que muchos odian cosas que desconocen, de esa misma manera odio a mis padres. Nunca los llegué a conocer del todo, a pesar de haber vivido conmigo toda mi vida. Pero, para realizar un análisis completo hay que hacerlo como se debe: desglosando sus elementos y examinándolos detenidamente.
    Mi madre. Tuve, tengo y tendré una imagen dictatorial de ella. Bastante cercana a esa casta de dictadores que azotaron a Latinoamérica durante el siglo XX. Sin ser específico, se parece a todos. Mi hogar ha vivido bajo su mando desde que tengo uso de razón y hoy, que estoy tan cerca de finiquitar mis días, parece que las cosas no van a cambiar ni por asomo. Durante las cenas, en el desayuno, los sábados por la mañana, a los 10, 5 ó 20 años, no hay diferencias, siempre era ella la que dirigía la vida de cada uno de nosotros. Yo creo que fui el único que trató de mostrar rebeldía, y es por eso que la odio. Solo conseguí un aislamiento que hasta cierto punto me resultó favorable. Hoy en mi casa son una versión reticente de Cuba: vivo teniendo el mínimo contacto posible con los demás integrantes de mi familia. Obra y gracia de alguno de los tantos arrebatos llenos de histeria que suele protagonizar mi madre y que ha logrado inclinar la balanza a su favor.

Esto pudo haber ocurrido un día cualquiera. Juan Francisco llegó tarde de la universidad y encontró a su familia en pleno –madre, padre y hermana- cenando. Sobre la ubicación que solía ocupar en la mesa se enfriaba su comida.
    -¿No te vas a lavar las manos?
    -No, no importa, no están tan sucias.
    -Pero en esta mesa no te sientas con las manos sucias mientras estemos tu padre y yo.
    Juan Francisco, maldiciéndola entre dientes, se dirigió hacia el baño a lavar sus manos.
    -Ya está.
    Dio un primer sorbo a la sopa.
    -No sorbas la comida de esa manera. Nosotros te hemos dado otra educación.
    Abortó la idea de realizar algún comentario que pudiera derivar en alguna discusión, de la cual no conseguiría más que encolerizar lo que le quedaba de día. Quería terminar de comer lo más rápido posible y enclaustrarse en su habitación, despejar su mente con algún libro y no tener que verla más.      
    -Sácate el cabello de la cara. Es una falta de respeto que te sientes en esta mesa con esa facha. ¿No te puedes tomar la molestia de pasarte un peine por la cabeza de vez en cuando?
    -No.
    -¿Cómo has dicho?
    -Que no. No me gusta estar peinándome.
    -Bueno, a mí no me interesa. Yo considero que es una falta de respeto así que si no te piensas cortar ese cabello asqueroso que tienes, péinate o algún día voy a entrar a hurtadillas a tu cuarto y te voy a cortar unos mechones que ya vas a ver cómo te queda ese pelito.
    -No lo vas a hacer.
    -¿Crees que no?
    -Sí.
    -¿Me estás retando?
    -No. Ya no me hables. No quiero que empiece una discusión, igual tú encontrarás la manera de ganar.
    -Esto no es una discusión. Aquí yo no discuto contigo, ¿crees que bajo tanto? Aquí las cosas son así: yo digo las cosas y tú las obedeces, punto.
    Apretó los dientes, conteniendo una furia inusitada. Quería odiarla más de lo que ya la odiaba, quería encontrar una palabra más dañina que odiar y poder enrostrársela sobre ese rostro avinagrado y menopáusico. Pero se conformó con apretar el tenedor contra su mano y seguir comiendo lo más rápido posible. Al terminar de cenar, levantó su plato y lo llevó hasta la cocina, tras lo cual enrumbó hacia su habitación.
    -¿A dónde crees que vas?
    -A mi cuarto.
    -Pero yo no he terminado de comer. Además estamos haciendo sobremesa, ven y comparte con tu familia.
    Pensó en mandarla a la mierda. Decirle que lo que más odiaba en el mundo era compartir con su familia. Quería vivir lo más lejos posible de ellos. No tener que verlos, distanciarse de sus cursilerías, sus histerias y su autoritarismo. Pero no lo hizo. A regañadientes regresó hasta su ubicación en la mesa, apoyándose sobre sus manos, sin demostrar interés alguno en mantener una conversación con los demás. Su padre hablaba de cosas triviales que su madre y hermana oían con atención.
    -No te apoyes sobre las manos. Siéntate bien.
    -Maldita sea –musitó, pero no lo suficientemente débil.
    -¿Cómo dijiste?
    -Nada.
    -Te oí.
    ¿Entonces para qué carajo preguntas?, quiso decirle.
    -Además de estar todo el día en la calle, de casi no vernos, vienes a maldecir sobre esta mesa.
    -En verdad, no sé que te pasa. Si estás de mal humor no te la desquites conmigo.
    -A mí no me interesa desquitármela contigo especialmente, pero tú me pones de mal humor. Vienes con esos airecitos de interesante y de no querer compartir tiempo con tu familia. Somos lo único que tienes, así que empieza a integrarte. 
    -No quiero.
    -No quieres qué.
    -Cállate, por favor –intervino la hermana.
    -Integrarme con ustedes. Detesto esto. Todo el tiempo solo andan irritados, esta casa está llena de gritos, eso es lo que detesto.
    -Pero tú tienes gran culpa de ello.
    -Por eso, déjame irme a mi cuarto y ustedes se quedan conversando tranquilamente.
    -¡Es que no es así!
    -¡No me interesa cómo sea!
    -¡Carajo, no le alces la voz a tu madre! –Medió su padre- ¿quién te has creído, huevón?
    -Me voy.
    Se levantó violentamente y enfiló hacia las escaleras.
    -¡Cuando quieras puedes irte de esta casa, pero te vas con lo que tú te hayas comprado, porque no te llevas nada que haya salido de nuestros bolsillos! Mientras sigas viviendo bajo nuestro techo tendrás que adaptarte a nosotros.
    Lanzó la puerta de su habitación, haciendo trepidar el marco. Los mandó a la mierda mentalmente y se acostó, blasfemando en contra de cada uno de ellos.

1 comentario:

  1. excelente la apreciacion colega a ver si sigues mi bog
    http://investigacionathoq.blogspot.com

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